2008-03-19

NAPOLI

El querido Nápoles de Mario nos acogió nublado. Él que había preparado una llegada espectacular al puerto desde la Piazza Mergelina, para que me quedara boquiabierta al encontrarme frente al gran Vesubio, se llevó la gran desilusión causada por la timidez del volcán...

Foto 1: El golfo de Nápoles. Solo tengo que cerrar los ojos para ver el volcán que no quiso ser admirado en su día.


Foto 2: Castel del'Ovo. Recorrimos la vía Caracciolo hasta Castel del'Ovo. La leyenda cuenta que debajo de este castillo hay enterrado un huevo que constituye el cimiento, no solo del castillo, sino de todo Nápoles.

Foto 3: Napoli.
Foto 4: Piazza Plebliscito donde se encuentra el Palacio Real.


Foto 5: Momento tensión. Aprovechando esos segundillos en los que nos quedamos solos en la sala del trono del Palacio Real, me senté en la silla de los poderosos para sacarme la foto y pasar así a la historia. Tengo que decir que no estaba demasiado bien conservada, en las nanocentésimas anteriores a que apoyara mi culo sobre ella, mi cabecita pensó veloz y brevemente que a lo mejor se haría polvo bajo mi peso... ¡menos mal que no pasó nada!

Tras la visita turística a la ciudad, fuimos a "cenar" (lo pongo entre comillas porque eran las seis de la tarde) al Pizzaiolo del Presidente, que Marta me había aconsejado por teléfono. Ai ama! Ya me habían dicho que en Nápoles había nacido la pizza y que era donde mejor la elaboraban... pero nunca llegué a pensar que pudiera estar tan buena, tan rica... Pedimos una pizza cada uno y no tardaron ni cinco minutos en prepararla en el momento y servírnosla. Una pizza de dimensiones no pequeñas; el tamaño que suelen tener eso que normalmente comemos entre dos. Pensé para mis adentros que yo aquello no me lo podría terminar; pero entonces metí en primer trozo en mi boca. Mis papilas gustativas empezaron a bailar de alegría. Aquella Pizza Buffalina (hecha con fior di late, mozzarella di buffala, pomodoro, olio e basilico) resbalaba por mi garganta. Me la zampé en un abrir y cerrar de ojos. Mario no hacía más que reirse por mis gestos, que según él eran de sufrimiento en vez de gozo. Será porque de repente me sentía engañada porque toda la vida he creído que comía pizza y no era así. Todo este párrafo para hablar de la pizza... ¡y es que aquella pizza se merecía un monumento! (Via dei Tribunali 121).

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