2008-08-30

Agur a las vacaciones... ¡ay que ver lo rápido que se acaba lo bueno! Después de que mi curso en Heidelberg tocara su fin, aterrice en Barajas, porque ese mismo día llegaba desde las tierras quebecas un más que amigo a visitarme. Estas reconciliaciones son maravillosas por mucho que a estas les siga un triste adios. En fin, hemos recorrido gran parte de la costa euskalduna ¡a lomos de mi fragoneta! (¡que no veas cómo trota!) Uno más que se ha quedado encandilado por estas tierras "fermosas y feiticheiras" y las gentes que en ellas habitan. Hemos rulado durante dos semanas hasta ayer a la 1.30 de la madrugada, que cogió el bus que le devolvería a su tierra.
Y ahora, a mí me toca pensar en todo lo que he hecho y en esas gentes que atrás quedaron en este limitado lapso de apenas treinta días, a los que llamamos vacaciones... ¡qué gracia! a mí, no me ha dado tiempo para descansar, sino todo lo contrario. Estoy cansada y el curro empieza con la intensa desgana que da una montaña de papeles que se ha ido amontonando durante un mes entero... No deberíamos vivir trabajando... yo estoy hecha para viajar y ver sitios nuevos; y conocer individuos que me hagan replantearme mis ideas estancadas, quitarle el polvo a pensamientos que durmieron largamente y volver a vivir experiencias olvidadas e inolvidables. A veces me da la sensación de que esta vida es demasiado corta para todo lo que tenemos que, o mejor dicho, queremos, vivir y aprender.
Estas filosofadas me atacan el interior cuando estoy un poco triste o melancólica... pero esta vez no durarán mucho, pues nada más y nada menos en siete días, el próximo sábado, 6 de septiembre el txupinazo desde el balcón del ayuntamiento de la muy noble y muy leal villa de Elorrio, dará comienzo a "Ferixa Nausikuak", que son las fiestas de mi pueblo. Las barracas ya animan a los más peques a pedirles el dinero a sus mayores, ya se ve gente comiendo churros por la calle, las verjas del ganado de la feria ya ocupan gran parte del parking de arriba y mis ganas de parranda aumentan poquito a poco. O sea que, basta de tristezas... ¡que hoy es sábado!

2008-08-12

Titisee

El sábado se nos ocurrió a Gaja y a mí irnos de ruta a Schwarzbald (Selva Negra). Bueno, más bien se le ocurrió a ella, pero como yo soy muy fácil de convencer, me apunté a la excursión sin titubear. Así que nos despertamos prontito para que pudiéramos aprovechar mejor el día. El primer tren nos llevó hasta Karlsruhe, donde nos dimos un paseíto para matar la media hora que teníamos que esperar antes de coger el segundo tren. De tren en tren y tiro porque me toca. Cinco trenes fueron a los que tuvimos que subir para poder llegar a nuestro destino: Karlsruhe – Baden-Baden, Baden-Baden – Offenburg, Offenburg – Freiburg y Freiburg – Titisee. Este último trayecto, sin duda alguna, el más bonito, pues ya circulábamos dentro de la Selva Negra: naturaleza frondosa, rocas y peñas, y mucha altura. Llegamos al pueblito que se eleva 858 metros del nivel del mar, con los oídos tapados y los ojos bien abiertos para poder mirar toda la belleza que nos rodeaba. Habíamos dejado Heidelberg nubosa y lluviosa y Titisee nos acogía con un sol sanote y una brisa fresquita.

Nada más salir de la estación preguntamos si había algún albergue donde pasar la noche y en seguida nos explicaron cómo llegar a él. Parecía que la suerte estaba de nuestro lado; caminamos unos 2,5 kms alrededor del lago con una sonrisa de oreja a oreja y sacando fotos a diestro y siniestro hasta llegar al Jugenherberge. Esperamos hasta que nos atendieron y un muchacho muy majo con ojos de tristeza nos comunicó que estaban al completo. Gaja y yo nos cruzamos una mirada de “¡oh, no! ¿qué hacemos ahora?”, que el recepcionista entendió al vuelo (no hace falta saber idiomas para entender el lenguaje corporal) y nos informó de otro albergue en Neustadt (el pueblo de al lado). Llamó para asegurarse de que disponían de dos camas libres y nos dió un mapa para poder llegar hasta allí. Salimos de allí cabizbajas y pensando que no teníamos ni la más remota gana de volver a subirnos a un sexto tren. De camino hacia el pueblo, vimos un camping a orillas del hermoso lago, y se nos ocurrió preguntar, por si sonaba la flauta, si tenían algún recobeco para nosotras. Una mujer a la que parecía no influir lo más minimo el vértigo de las prisas de este mundo, nos dijo que tenían una tienda montada en la que podíamos pasar la noche. Nos lo dejaron todo: dos sacos de dormir, dos esterillas, una manta adicional para combatir el frescor nocturno y una almohada. Sin saber cómo el destino hizo que acabáramos dos chicas que apenas nos conocíamos de una semana atrás en una tienda de campaña en primera línea de lago en la Selva Negra, apartadas del mundo material, nos sonreímos mutuamente y nos sentamos en las rocas a mirar toda aquella maravilla de la vida.

Volvimos al pueblo para cenar y tomarnos unas cervecitas en una terraza. Charlamos largo y tendido sobre la vida, el universo y todo lo que en él habita (incluídas nosotras mismas). Regresamos al camping para sentarnos una vez más a orillas del lago y disfrutar de aquel cielo nocturno en el que algunas perseidas se dejaban ver caer. Wunderbar!

Al día siguiente nos despertamos con una carcajada, pues mi compañera se había hecho un lío con el saco y parecía no poder desenredarse, y su primera palabra del día fue “joder!”. Tras desayunar unos golosos y gigantescos duces alemanes, nos encasquetamos los biquinis y alquilamos un pedalé para ir a disfrutar de la tranquilidad del lago.

Después recorrimos los ocho kilómetros de ruta que circundan el Titisee, comimos un bocadillo, y de vuelta a la estación donde cogeríamos el primero de los trenes que nos devolverían a Heidelberg.






2008-08-08

Heidelberg

Llegué a Heidelberg a las 20.30 pasadas. Quería llegar con un poco de luz diurna para que fuese más fácil encontrar la residencia en donde me iba a quedar durante las dos próximas semanas. Tras preguntar cuál era el tranvía que tenía que coger para llegar a la parada más cercana a la casa, me subí al tren número 5. Una vez dentro me di cuenta de que no llevaba billete, así que pregunté dónde podía comprarlo. Amablemente me dijeron que fuera... ¡jeje! Con cara de sorpresa me bajé dos paradas más tarde para poder pillar el dichoso tiquet. Estaba en una parada pequeñita donde no veía por ninguna parte la maquinita expendedora... unos quince minutos más tarde pasó alguien en bici y con la mano en alto le pedí que me indicara como tenía que proceder. Me lo explicó y, por fin, obtuve mi billete. Pero no llegaba ningún tranvía... se hizo de noche. Unos veinte minutos más tarde apareció un 23, y me subí a él. Afortunadamente, este se dirigía también a donde yo quería ir. Destino: Blumethalstrasse. Me bajé en este barrio poco transitado y me apresuré hasta alcanzar a tres figuras que caminaban allá alante. Saqué mi plano de la ciudad y les pregunté cómo podía llegar a la dirección que allí tenía apuntada. La vida me sorprendió con la grata sorpresa de topar con tres chicas que residían en la misma casa. Así que, entablé conversación con ellas y me dejé llevar hasta un caserón no demasiado fácil de encontrar.

Ya ha pasado casi una semana desde que llegué. El lunes hice un examen oral para que pudieran determinar mi nivel de alemán y así asignarme una u otra clase. A las ocho empiezo las clases, que se alargan hasta la una. Me encanta: de nuevo, un ambiente estudiantil e internacional. ¡Vuelta a los años de clase y deberes por la tarde! ¡Vuelta a conocer gente nueva, ideas nuevas y sitios desconocidos! ¿Cómo podría yo cansarme de ver mundo y conocer a la gente de estos mundos? ¡Ojalá podría yo viajar por la Tierra eternamente! Estudiando, trabajando o, sin más, viajando que es gerundio.

Schloss Heidelberg:


Hauptstrasse, Fussgängerzone:

Beim Bier trinken mit Gaja und Morten im Altstadt:

Brückestrasse:

Heidelberg am Neckar:



2008-08-05

Göttingen






El viernes llegué a Frankfurt, para coger el primer tren que salía hacia Göttingen. Desde una cabina llamé a mi amigo Marvin para avisarle de que iba en camino. Dos horas más tarde me apeaba del tren y me dirigía a la salida que él mismo me indicó para encontrarle con una sonrisa de oreja a oreja, una mirada de incredulidad y unos brazos abiertos que me estrecharon con el más profundo afecto. Tras estar varios minutos con los ojos cerrados y alargándonos la vida, caminamos hacia su residencia y charlamos de todo lo que en los últimos nueve meses nos había pasado y nos había dejado de pasar. Soltar los trastos y nos echamos bartola arriba en el jardín de atrás para seguir disfrutando de nuestro reencuentro. Hasta las dos y media no nos acordamos del hambre, y fue entonces cuando fuimos a comprar los ingredientes para una barbacoa. Básicamente: birra, birra, salchichas (krasse Wurst), algún filetillo, carbón, un líquido que facilita la llama y más birra. Empezamos a comer a eso de las 16.30. Poco a poco se nos fueron acoplando sus compañeros, que serían unos cinco, y se nos hizo de noche con buena música, risas y más birras.

Al día siguiente, nos despertamos a eso del mediodía (o más), y en lo que se tarda en comer en una agradable terracita en la Fusgängerzone de la ciudad y pasear por el centro y un senderillo que rodea la ciudad y pasa por donde antiguamente se alzaba el muro de la misma, se nos fue el tiempo volando. A las 17.10 exactas volvía a montarme en un tren que me traería a Heidelberg.